Danzando en este universo nuevo de la Princesa Corazón, me adentro en las profundidades de los cuentos infantiles.
¿Por qué son tan tristes todos?
En unas presentaciones bellísimas, con ilustraciones encantadoras, con colores brillantes… pero con un final tan terrible…
Pienso en los cuentos que me acompañaron en mi infancia.
Cenicienta.
Blancanieves.
Caperucita.
Los tres chanchitos.
Hansel y Gretel.
Dumbo.
La dama y el vagabundo.
Que todos tienen su cuota de terribilidad y que seguramente no resistirían un buen análisis psicológico, estoy de acuerdo.
Pero por lo menos todos ellos tenían un final feliz.
Ahora pareciera que ese concepto hubiera dejado de existir.
Amores que no se concretan o que cuando tienen la posibilidad de hacerlo, uno de los amantes yace muerto de tristeza.
Muñecos de madera como nuestro viejo Pinocho, pero que al ser desechado por todos y corrido por cazadores y perros se deshace en la carrera y quedan solo los vestigios de su madera.
Seres que de tan malos, comienzan comiéndose su propio perro para aumentar la ración a un niño por día.
Inimaginable tanta maldad y sucesos terribles.
Pienso… qué mundo les fabricamos a los niños.
Dónde se habla de sueños, de hadas buenas, de duendes traviesos pero generosos, capacidad de convertir en realidad todo lo lindo que somos capaces de crear.
Y la decisión está tomada a partir de esto: cambiaré todos los finales de mis cuentos en el momento en que se encuentren en mi boca.
Quiero que la esperanza, la posibilidad de, el amor… sea lo que rige el relato.
No imagino un mundo futuro con hombres que de niños sólo entendieron que la diversidad es mala cosa.
Que los finales perversos son la mejor solución.
Que si los cuentos no son terribles, son aburridos.
Modernidad peligrosa transitada.
Auxilio!
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