Deseo desde el corazón

Deseo desde el corazón... Que nunca les falte un sueño por el que luchar, un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar donde ir y alguien a quien querer.
Y recuerden: lo imposible solo tarda un poco más...

viernes, 13 de abril de 2012

Repensando (Me)

La formalidad de la hoja en blanco hace que se modifiquen los pensamientos a la hora de plasmarlos.
Como si la escritura me obligara a ser correcta, a ser exacta, a ser poética.
Hace minutos caí presa de una catarata de sensaciones que salían desde lo más profundo de mi sinceridad, enfrentándome a cuestionamientos que me obligaban a repensarme en mis decisiones, y sobre todo, en la manifestación que hago sobre esas decisiones.
Pero cuando me enfrento a la hoja en blanco, a la posibilidad concreta de plasmar mis dudas o mis certezas recién descubiertas, pareciera como que las palabras se me congelan en el alma y ya nada es como era hace minutos por más que intente despiadadamente reproducir lo pensado.
Como si esa encubierta sinceridad fluyera únicamente en mi más interna soledad.

Y de esto pensaba y repensaba. Mi soledad. Mi soledad y el amor. O el desamor. O del por qué no al amor.

El verano es relectura. Indiscriminadamente (pero sólo en las apariencias), mi instinto vuelve a elegir libros de mi biblioteca.
La sensación frente a ellos de este presente es diferente esencialmente a la de aquella primera lectura. Lo descubro en las anotaciones de entonces y en las nuevas que se producen en esta actual relectura.

Y descubro algunas certezas.
La más importante: sí, quiero amor.
Quiero una historia de amor, estoy disponible para eso, estoy sanada para eso, estoy abierta a que me ocurra.
Pienso cómo llegué a este atrincheramiento.
No por negación, me respondo. Sino por ponerme a salvo. Pero tan a salvo me puse que lo hice hasta de mi propio yo, de mis propios pensamientos, de mi s propios deseos.

Y mis discursos sobre la soledad? Cuánto siento en lo profundo de mi corazón y cuánto hay de frase pre establecida, de sentimiento generalizado desde el feminismo más puro pero sin que haga verdadera mella en mis entrañas?
No sé si siento todo lo que afirmo.
No. No siento todo lo que afirmo.
Tomé una posición hace algún tiempo, tal vez en ese momento convencida de que era lo que mejor se cernía sobre lo que me estaba pasando y aferrada a ese pensamiento no dejé espacio para la modificación, para el cambio que es tan frecuente en mí en tantísimas otras cosas.

Desde estas relecturas, no azarosas evidentemente, pongo en tela de juicio mis sensaciones, pero sobre todo, mis convicciones.
Me ayudan a ver la otra cara de un sentimiento que tiene tantos matices como personas el mundo.
Para salvarme elegí ver el amor desde el punto de vista que me convenía. El que me convenía para rescatarme. Y en eso me quedé, sin darme cuenta de la cantidad infinita de posibilidades que también eran factibles de suceder si les daba el permiso para que ocurrieran.

Y entonces el inicio de una relación desde cero puede ser tomada como un desgaste, como n trabajo demasiado forzoso para querer emprenderlo de nuevo, o como la aventura que implica adentrarse en el corazón de un extraño que puede dejar de serlo si los corazones logran entenderse.
Y la felicidad que eso implica.
El tedio es una cara. La felicidad, la otra.

2012: el regreso.

Y me pasa más habitualmente de lo que deseo esto de disfrutar del placer de la escritura y de repente, sin saber por qué, abandonarlo por tiempo prolongado, siempre con el deseo de volver a hacerlo pero siguiendo inerte ante la acción.

Y como siempre me pasa también en estos casos, cuando paso revista al pasado inmediato que no llegó a ocupar páginas memorativas, me doy cuenta de la cantidad maravillosa de momentos ricos que quedaron en el tintero y vuelvo a incomprender el por qué.

No me gusta hacer balance del tiempo que se fue.
Sólo diré que fue un año de intenso aprendizaje.
Y siguen siendo carne de cañón las relaciones personales.

Cuando me instalé en la ciudad allá por el 2009, lo hice convencida de que determinadas mezquindades no cruzarían las fronteras del conurbano. Y es probable que así haya sido. Pero vengo a descubrir no sin dolor, que esta ciudad, MI ciudad está contaminada de otras tantas mezquindades complicadas, que hicieron que una vez más, me lamentara de ciertas relaciones conseguidas y defendidas.

Hay mucha gente por acá vapuleando el Arte, mezquinando al Arte.
Algo tan sanador, tan noble, que genera tanto crecimiento espiritual, contaminado por muchos "artistas" que dicen ser dueños de la verdad artística más absoluta y que no se dan la posibilidad de continuar aprendiendo por creerse ya con todo asimilado, que mezquinan intercambios, que dan por tierra todo lo realizado por el otro como si no se tratara de un par del que aprender sino de un enemigo al que hay que eliminar.

Quiero estar al margen emocional de esta situación, digo, que no me afecte, que no me duela, que no me genere sentimientos destructivos, pero la visceralidad con que siento la vida no me deja estar al margen.

Y entonces lo único que celebro es que esas personas, esos "artistas" falsos, esos personajes mal escritos, ya no estén rondando cerca, trabajando conmigo.

Se cayeron muchas máscaras este año que pasó.
Y dentro de mi aprendizaje intento saber elegir.
No puedo cumplir las expectativas de todos porque nadie trabaja en equipo y yo no tengo todas las respuestas.
Entonces lo mejor que pudo pasarme es que esas personas, esos "artistas" decidan continuar sus pasos cerca de otros como ellos, lejos de mi universo creativo que intenta realizar buenas obras sin meter la nariz en la mugre cotidiana.

Y así fue que nació "Bouquet de ausencias", una joyita de la cual me enorgullezco.
Y nacieron también las dos maravillosas puestas con el grupo Renacer y un teatro lleno y un público agradecido. Y un aprendizaje tan TAN GRANDE sobre la esencia teatral que creo que me faltan meses aún para poder procesar todo lo aprendido.

Así como alguna vez tuve que aprender a soltar ciertos amores arraigados, estoy en camino de soltar amarras lejos de las garras destructivas de estas gentes.
Y pensar sólo en crear buenas cosas.

Mi respuesta a tanta mezquindad, es más trabajo.
Y no me canso.
Juro que de eso, no me canso.

Lo que al final, nunca se publicó

"Lo viste. Seguro que vos también, alguna vez, lo viste: te hablo de ese eterno ciclista solo, tan solo, que repecha las calles por la noche.
Usa las botamangas del pantalón bien metidas en las medias y una boina calzada hasta las orejas. ¿Te fijaste? Nadie sabe, no, de dónde cuernos viene, jamás se le conoce a dónde diablos va.
De todos modos, si lo vieras pasar, miralo con mucho Amor: puede que sea otra vez…"

La bicicleta blanca
(Piazzola / Ferrer)


Sentada frente a la hoja en blanco y la posibilidad de escritura, paso revista sobre los años mercedinos de mi infancia.
A tantos años vista, cada recuerdo resulta maravilloso. Con la memoria dormida de los malos ratos, se magnifican y abarcan mi universo actual impidiendo que mi realidad más inmediata logre superar aunque sea en parte, algunos de los más remotos.
La 47 sin asfalto, las tardes de verano a la espera del paso del heladero, los mates en la puerta de la 45 con mi abuela sentada en la silla petisa, las carrozas de carnaval, las tardes bajo la parra del fondo, los vaivenes de la casa de abuelos maternos a la casa de abuelos paternos. Ahí nomás, apenas a la vuelta.
Y ahí, allá, en la casa donde no me quedaba, en la casa que sólo visitaba, ahí él.
Él.
Ese tío "medio loco" que recuerdo de niña con el pelo teñido de un naranja furioso, decían "seguro que con agua de zanja".
Ese tío que me enseñó a hacer el prode cuando no tenía idea de lo que eso significaba, pero que ponía empeño en poner las crucecitas de manera que le fuera agradable. Y que deseaba hacérselo ganar, aunque tampoco sabía bien qué era lo que eso significaba.
Ese tío del que más de uno se avergonzaba y cruzaba de vereda antes de pasar por su casa.

Todos, mientras tanto, en las veredas,
Revolcándonos de risa...



Porque por aquellos años, el ser diferente era castigado.
Y si bien no recuerdo que la poli de entonces lo haya reprimido, sí recuerdo que varios (pero varios) cambiaban el rumbo para no cruzarlo.
Porque la sociedad del entonces estaba más contaminada con los deberes seres cotidianos y la palabra "personaje" no se establecía en el orden local.
Por suerte para él, con el tiempo las cosas cambiaron y supo aprovechar su cabeza diferente, no ya de naranja pero sí de ideales.

Para no falsear a mis recuerdos, también debo admitir que hubo una época en la que no fuimos muy familia.
Él lejos y con ideas extrañas, mi padre ortodoxo y con familia tal, mis abuelos ya muertos y el nexo más endeble, las vidas que seguían caminos contrapuestos… o por lo menos, así lo parecía porque en las Navidades, Roberto estaba. En los cumpleaños, Roberto estaba. En los compromisos, Roberto estaba.
Siempre con su singularidad a cuestas (que con los años corridos ya no sorprendía en demasía) que lucía orgulloso ya sea portada en su vestimenta o manifestada en sus regalos.

Mis ojos de niña, mis ojos de adolescente retenían sus peculiaridades y las amarraba a la memoria cargando el imaginario para copiarlo después.
Y descubría que él actuaba, y descubría que él cantaba y empezaba a admirar esa extraña forma de vivir.
Y tal vez sin que él lo sepa estaba sembrando en mí la maravillosa semilla de la actuación.

Mi padre con su ortodoxia, guardaba celoso el recorte del diario La Nación, donde en algún momento de nuestra historia futbolera, Maradona llegó a los tribunales mercedinos. Pero no era la foto del Diego la que coloreaba la nota, sino el mismísimo Roberto con peluca y rifle de aire comprimido imitándolo, apostado en la puerta del tribunal.
Mi padre, decía, en su ortodoxia, lo amó profundamente y en silencio. Con esos códigos varoniles de los hermanos de antaño y esa crianza obsoleta donde no se mostraba el amor.

(Esa misma rutina repetiría conmigo.
Sin acompañar mis actuaciones pero guardando celoso los recortes de los diarios, y dejando entrever unos ojos empañados, como recuerdo aquella vez, la del tribunal).

Y ahora de repente, pienso en tantas similitudes.
El germen que refería de la actuación.
Tal vez no deba bucear demasiado lejos para saber en qué rama del árbol familiar se hallaba el inicio de mi brote actoral.
Porque crecí viendo a Roberto "pescando" en la puerta, cuando la 20 tenía zanjón y los curiosos miraban.
Porque crecí viendo a Roberto calzarse su bicicleta y encarar la ciudad con una pila de sombreros. Y en esa pila de sombreros llevaba su pelota que era como su amante, como su mujer, como su compañera.
Porque crecí viéndolo al abrigo de su saco decorado con alfileres de gancho, todas ellas prolijamente colocadas y de mayor a menor, salir a recorrer su ciudad tan arraigada.
El fútbol y su Mercedes, sus dos alegrías cotidianas.

Sin más escuela que su instinto, sin más escenario que la calle, con un personaje que lo acompañaba a casa, le colgaba su vestuario en el umbral de la puerta y lo despedía ahí nomás, dejándolo vulnerable y solo cuando la puerta se cerraba.

Cuando el tiempo ya se puso inclemente, mi padre lo visitaba con frecuencia.
Con una rutina sencilla e imagino que callada, recorrían juntos el cementerio, almorzaban en el club, tomaban un café donde Respuela y se despedían hasta la próxima, como dos buenos hermanos.

Tan buenos hermanos fueron que las últimas palabras que dijo mi padre antes de que su salud se quiebre y lo deje sin aliento fueron: " será que ya es la hora que me vaya con Roberto".
Y eligió un buen día para despedirse.
Roberto vino a buscarlo el mismísimo día de su cumpleaños. Será que quería también a su hermano Angelo para acompañarlo en el festejo.
La familia ya está completa.


¡Dale, Dios!... ¡Dale, Dios!
¡Meté, flaquito corazón!
Vos sabés que ganar
No está en llegar sino en seguir…


Y yo me subo a un escenario y a otro y a otro más y siento en las entrañas que ahí arriba no estoy sola.
Tuve un maestro sin serlo, tuve un modelo sin pose.
En esta realidad mía nuevamente mercedina, descubro sin asombro por qué me gusta el tango, por qué revivo actuando y por qué la nostalgia de una época pasada se me cuela por las venas y eso me hace feliz.
Pero por sobre todas las cosas, disfruto a boca llena el orgullo que me da llevar mi apellido.
¡Vamos Lorusso, todavía!


Flaco,
No te quedes triste,
Todo no fue inútil, no pierdas la fe…
En un cometa con pedales
¡Dale que te dale!
Yo sé que has de volver...