Deseo desde el corazón

Deseo desde el corazón... Que nunca les falte un sueño por el que luchar, un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar donde ir y alguien a quien querer.
Y recuerden: lo imposible solo tarda un poco más...

viernes, 13 de abril de 2012

Lo que al final, nunca se publicó

"Lo viste. Seguro que vos también, alguna vez, lo viste: te hablo de ese eterno ciclista solo, tan solo, que repecha las calles por la noche.
Usa las botamangas del pantalón bien metidas en las medias y una boina calzada hasta las orejas. ¿Te fijaste? Nadie sabe, no, de dónde cuernos viene, jamás se le conoce a dónde diablos va.
De todos modos, si lo vieras pasar, miralo con mucho Amor: puede que sea otra vez…"

La bicicleta blanca
(Piazzola / Ferrer)


Sentada frente a la hoja en blanco y la posibilidad de escritura, paso revista sobre los años mercedinos de mi infancia.
A tantos años vista, cada recuerdo resulta maravilloso. Con la memoria dormida de los malos ratos, se magnifican y abarcan mi universo actual impidiendo que mi realidad más inmediata logre superar aunque sea en parte, algunos de los más remotos.
La 47 sin asfalto, las tardes de verano a la espera del paso del heladero, los mates en la puerta de la 45 con mi abuela sentada en la silla petisa, las carrozas de carnaval, las tardes bajo la parra del fondo, los vaivenes de la casa de abuelos maternos a la casa de abuelos paternos. Ahí nomás, apenas a la vuelta.
Y ahí, allá, en la casa donde no me quedaba, en la casa que sólo visitaba, ahí él.
Él.
Ese tío "medio loco" que recuerdo de niña con el pelo teñido de un naranja furioso, decían "seguro que con agua de zanja".
Ese tío que me enseñó a hacer el prode cuando no tenía idea de lo que eso significaba, pero que ponía empeño en poner las crucecitas de manera que le fuera agradable. Y que deseaba hacérselo ganar, aunque tampoco sabía bien qué era lo que eso significaba.
Ese tío del que más de uno se avergonzaba y cruzaba de vereda antes de pasar por su casa.

Todos, mientras tanto, en las veredas,
Revolcándonos de risa...



Porque por aquellos años, el ser diferente era castigado.
Y si bien no recuerdo que la poli de entonces lo haya reprimido, sí recuerdo que varios (pero varios) cambiaban el rumbo para no cruzarlo.
Porque la sociedad del entonces estaba más contaminada con los deberes seres cotidianos y la palabra "personaje" no se establecía en el orden local.
Por suerte para él, con el tiempo las cosas cambiaron y supo aprovechar su cabeza diferente, no ya de naranja pero sí de ideales.

Para no falsear a mis recuerdos, también debo admitir que hubo una época en la que no fuimos muy familia.
Él lejos y con ideas extrañas, mi padre ortodoxo y con familia tal, mis abuelos ya muertos y el nexo más endeble, las vidas que seguían caminos contrapuestos… o por lo menos, así lo parecía porque en las Navidades, Roberto estaba. En los cumpleaños, Roberto estaba. En los compromisos, Roberto estaba.
Siempre con su singularidad a cuestas (que con los años corridos ya no sorprendía en demasía) que lucía orgulloso ya sea portada en su vestimenta o manifestada en sus regalos.

Mis ojos de niña, mis ojos de adolescente retenían sus peculiaridades y las amarraba a la memoria cargando el imaginario para copiarlo después.
Y descubría que él actuaba, y descubría que él cantaba y empezaba a admirar esa extraña forma de vivir.
Y tal vez sin que él lo sepa estaba sembrando en mí la maravillosa semilla de la actuación.

Mi padre con su ortodoxia, guardaba celoso el recorte del diario La Nación, donde en algún momento de nuestra historia futbolera, Maradona llegó a los tribunales mercedinos. Pero no era la foto del Diego la que coloreaba la nota, sino el mismísimo Roberto con peluca y rifle de aire comprimido imitándolo, apostado en la puerta del tribunal.
Mi padre, decía, en su ortodoxia, lo amó profundamente y en silencio. Con esos códigos varoniles de los hermanos de antaño y esa crianza obsoleta donde no se mostraba el amor.

(Esa misma rutina repetiría conmigo.
Sin acompañar mis actuaciones pero guardando celoso los recortes de los diarios, y dejando entrever unos ojos empañados, como recuerdo aquella vez, la del tribunal).

Y ahora de repente, pienso en tantas similitudes.
El germen que refería de la actuación.
Tal vez no deba bucear demasiado lejos para saber en qué rama del árbol familiar se hallaba el inicio de mi brote actoral.
Porque crecí viendo a Roberto "pescando" en la puerta, cuando la 20 tenía zanjón y los curiosos miraban.
Porque crecí viendo a Roberto calzarse su bicicleta y encarar la ciudad con una pila de sombreros. Y en esa pila de sombreros llevaba su pelota que era como su amante, como su mujer, como su compañera.
Porque crecí viéndolo al abrigo de su saco decorado con alfileres de gancho, todas ellas prolijamente colocadas y de mayor a menor, salir a recorrer su ciudad tan arraigada.
El fútbol y su Mercedes, sus dos alegrías cotidianas.

Sin más escuela que su instinto, sin más escenario que la calle, con un personaje que lo acompañaba a casa, le colgaba su vestuario en el umbral de la puerta y lo despedía ahí nomás, dejándolo vulnerable y solo cuando la puerta se cerraba.

Cuando el tiempo ya se puso inclemente, mi padre lo visitaba con frecuencia.
Con una rutina sencilla e imagino que callada, recorrían juntos el cementerio, almorzaban en el club, tomaban un café donde Respuela y se despedían hasta la próxima, como dos buenos hermanos.

Tan buenos hermanos fueron que las últimas palabras que dijo mi padre antes de que su salud se quiebre y lo deje sin aliento fueron: " será que ya es la hora que me vaya con Roberto".
Y eligió un buen día para despedirse.
Roberto vino a buscarlo el mismísimo día de su cumpleaños. Será que quería también a su hermano Angelo para acompañarlo en el festejo.
La familia ya está completa.


¡Dale, Dios!... ¡Dale, Dios!
¡Meté, flaquito corazón!
Vos sabés que ganar
No está en llegar sino en seguir…


Y yo me subo a un escenario y a otro y a otro más y siento en las entrañas que ahí arriba no estoy sola.
Tuve un maestro sin serlo, tuve un modelo sin pose.
En esta realidad mía nuevamente mercedina, descubro sin asombro por qué me gusta el tango, por qué revivo actuando y por qué la nostalgia de una época pasada se me cuela por las venas y eso me hace feliz.
Pero por sobre todas las cosas, disfruto a boca llena el orgullo que me da llevar mi apellido.
¡Vamos Lorusso, todavía!


Flaco,
No te quedes triste,
Todo no fue inútil, no pierdas la fe…
En un cometa con pedales
¡Dale que te dale!
Yo sé que has de volver...

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