Deseo desde el corazón

Deseo desde el corazón... Que nunca les falte un sueño por el que luchar, un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar donde ir y alguien a quien querer.
Y recuerden: lo imposible solo tarda un poco más...

miércoles, 22 de abril de 2009

Desde mi umbral se ve campo


La mejor definición para nombrar la casa que conseguí.
Y que era exactamente lo que buscaba.
Cuando hablaba de cambio de vida, de esta movilización que lleva a un replanteo de cómo elegí vivir y como seguir haciéndolo de acá en más, era esto a lo que me refería.
Me adapté perfectamente a la gran ciudad mientras viví en ella. Y la disfruté y la gocé.
Pero ahora en la profundidad de mi corazón estaba deseando otra cosa.
Y era precisamente lo que encontré lo que estaba buscando.
Porque no dejo de estar cerca (aunque esté lejos) de lo que consideramos el centro mercedino. Pero también tengo mi espacio para una futura huerta, para muchas plantas, para recuperar ese contacto con lo tan esencial, lo tan básico, lo que me llevó a ser quien soy.
Porque desde el umbral de mi puerta se ve la nada. También algunas casas, pero prefiero mirar para el lado de la nada, del campo total, de la inmensidad, del caballo pastando, de la calle de tierra, de lo antaño...
Quedan pocos días de Buenos Aires y muchísimo para organizar.
Pero tengo una ansiedad que no sé con qué calmarla. Quiero YA estar allá.
Quiero estar esta noche, en aquella casa. En esa soledad concurrida por mis cosas, Igor y yo misma adaptándome al lugar.
Quiero oír llegar los recuerdos, las emociones profundas, los deseos que aparecerán con la noche y que la misma noche dejará entrar.
Quiero oirme en mi versión más auténtica.
Después... después veré qué hago con lo que me digo.

La profundidad del silencio

Pareciera que esta mudanza trae movilizaciones.
No sólo para mí que soy la principal afectada.
Con E. nos estábamos mandando mensajes. De esos que no dicen nada pero que velan deseos. Y pareciera que la proximidad de la distancia avivara los sentimientos ocultos. Para él y para mí también.
Nos encontramos hoy.

Queríamos perdernos en alguna habitación oculta de esta tan grande Buenos Aires. Como hace años no sucedía. Pero que sucedió. Y como hace años no sucedía, hablaron los cuerpos sin necesidad de las palabras. Y volví a sentirme feliz. Inmensamente feliz.
Complitud.

Ensamble.
Ritmo acompasado.
Entendimiento.
Amor.
Mi cabeza no paraba. De repente estaba colmada de imágenes de momentos que hasta ese momento no recordaba. Y abría los ojos para volver al presente. Y ahí estaba él. Y si cerraba nuevamente los ojos, me sentía volar. Me sentía querida. Me sentía colmada. Y pensaba que nada más era suficiente. Y dudaba si era amor. Si habría vuelto, si le había dado nuevamente lugar, si lo había dejado asomarse para esa despedida.
No sé si se puede recuperar algo que se daba completamente por perdido. No sé si una no acomoda su corazón a medida de su conveniencia para que la realidad sea menos dolorosa y se pueda seguir adelante. Los amores contrariados no son la mejor opción. Y si bien alguna vez lo consideré romántico, la sola idea de estar eternamente esperando lo que nunca llega, me asusta por destructivo.
Pero no sé… con E. todo es muy diferente.

Hoy mientras estábamos juntos sentía que volvía a ser EL hombre. Más allá de que no estemos juntos por más de mil razones y a sabiendas de que es lo más sano y la mejor opción, lo miraba a los ojos y sabía que lo amaba. Que profundamente lo amaba. Y volví a hacer el amor con él y volví a llorar después.
De completa, de feliz, de emocionada.
Tal vez el amor por él en mí haya trascendido la instancia del querer, del poseer, del demandar, del celar y se haya instalado en un lugar profundo de mi corazón en el que quedará eternamente a salvo de todas las nimiedades mundanas que destruyen hasta lo indestructible. Y me siento feliz por descubrirme capaz de eso.
Por el amor de E.

Por la ida a Mercedes que lo devuelve al presente.

lunes, 13 de abril de 2009

Recorrida mercedina


Ahora ir a Mercedes se vuelve cotidiano.
Que para ver los listados de las escuelas, que para determinar algunas otras propuestas laborales, que para buscar casa...
Stop.
Punto y aparte para este acontecimiento.
No es casual que si bien la oferta de propiedades en alquiler es generosa, a mí se me vuelva complicado encontrar una que me guste.
Mercedes siempre fue especial para mí y siempre supe también en mi fantasía, en qué tipo de casa me gustaría vivir.
En Capital encontrar departamento me resultó muchísimo más fácil, pero allá... allá es la concreción de un sueño y la casa tiene que ser LA CASA.
No quisiera renunciar al fondo con posibilidad de muchas plantas e incluso árboles frutales, a la parra en patio de ladrillo, el estilo antiguo de puertas grandes, los pisos de madera, la galería, la habitación extra para que los "de acá" puedan ir a quedarse...
Cuesta acercar la realidad a esa fantasía, pero es Mercedes, el lugar mágico, de los sueños cumplidos... entonces éste también tiene que concretarse.
Y busco, y busco, y busco...
Dicen por ahí que hay que concentrar el deseo para que ocurra.
Yo tengo una en vista que puede acercarse bastante.
Y la pienso.
La pienso con mis muebles, con mis cosas, me visualizo en su fondo con parra y mesa de jardín tomando mate con algún que otro amigo, durmiendo en esa habitación con ventana que da a la 43, abriendo esa puerta grande...
Debería suceder también que su dueño se decida a alquilarla. A alquilármela.
También es verdad que siempre, desde antaño, me costó pedir.
Lo que sea, pero me costó siempre pedir.
Como si no me lo mereciera. Como si no creyera que me lo pueden conceder.
Pero con esta casa sé que será diferente. La voy a pedir. Que si no la consigo, que no sea porque no hice todo lo necesario para obtenerla.
Pero hay algo más… fluctúo a menudo entre el deseo de una relación y la decisión de que no es lo mejor para mí, que estoy bien así, con mi vida como la construí.
Pero con este cambio, esta mudanza… me volvieron a nacer las ganas de que este proyecto sea compartido. Desear que este cambio sea de a dos, volvió a estar presente entre mis oraciones. Que haya quien pueda transitarlo conmigo, o por lo menos, acompañarme en todo lo que me queda por resolver.
Claro que no hay nadie cerca. O sí pero no. E. siempre está cerca. Lo estoy pensando a menudo. Tal vez también porque más allá de que él se resista, el lugar al que me voy nos convoca. Es como ir hacia un lugar donde él va a estar presente aunque quede en Buenos Aires. Es retroceder a mis momentos felices, pero también a su infancia transitada. Y entonces pensar en él como opción es lo más a mano, aunque no lo más correcto.
Cuando alguna vez hablábamos de envejecer juntos, era Mercedes el lugar que convocaba mi memoria como elección para esa vejez. Esa vejez con él. Después las cosas cambiaron mucho y ya la cercanía entre nosotros dejó de ser una realidad, pero en mis más íntimos deseos…
Como si fueran mis dos sueños profundos.
Claro que ahora sé que uno es mucho más factible que el otro y también menos peligroso. Aunque el otro me gusta tanto…

jueves, 9 de abril de 2009

Mercedes... principio y... ¿fin?

La urgencia de la mudanza, inesperada, impensada, imprevisible, voraz, invasiva, me llevó a pensar, a repensar la actualidad de mi vida.
Buenos Aires fue mi elección cuando sentí que era momento de crecer como actriz, de formarme, de entrenarme, de ver, de incorporar...
Disfrutaba de la ciudad, de su vorágine, de sus miles de opciones y entré también en su sintonía y en su ritmo vertiginoso.
Y la amé.
Y me encantaba salir a bailar (a mis veintitantos) a las dos de la madrugada y volver después de desayunar, por supuesto.
Y a mis treinta la opción era cine o teatro y luego cena o café, o cantar con amigos en el bar de Roberto y amanecer allí y salir justo a tiempo para pasar por casa, bañarme y sin más, tomar el colectivo rumbo al trabajo.
Pero a mis cuarenta, la realidad empezó a cambiar.
Mutó también con la realidad económica, no sólo con el paso del tiempo. Trabajaba en lo que me gustaba, pero el dinero era una complicación. Entonces mermaron indiscutidamente las salidas y otras se convirtieron en más hogareñas. Entonces el plan eran cenas en casa con amigos, jornadas de juegos de mesa con vino incluído, ver películas alternativamente en dvd o computadora, mateadas...
Mi casa comenzó a tirarme hacia adentro y si bien la caminata por Corrientes de noche a recorrer librerías me seguía pareciendo un plan atractivo, elegía la soledad de mi casa con mi música, mi perro, mis velas o luces bajas y una rica comida casera.
El verano pasado, algo comenzó a asomarse a mi soledad.
Recuperé las tardes de siesta (de las que hasta ahora me hice adicta) y el silencio del calor veraniego me recordó esas mismas tardes pasadas en Mercedes cuando chica y adolescente.
Empecé a imaginar esta misma casa, mi casa, emplazada en la inmensidad del campo. Y jugaba a imaginar qué se vería desde la ventana de mi habitación, a dónde saldría la puerta de entrada, qué árboles rodearían mi cocina... y un inmenso deseo de transpolación empezó a asomar.
Pero el cambio lo imaginaba para mis 50, cuando ya hubiera hecho acá todo lo que quería hacer (también pensaba en qué era lo que faltaba hacer).
Y de repente, la urgencia de la mudanza.
La desazón.
El abismo.
Pero internamente, algo me decía que así como todas mis anteriores mudanzas fueron para algo mejor, ésta también lo sería. Y odiaba mi positivismo porque no veía dónde podía estar lo bueno.
Hasta que apareció la posibilidad Mercedes.
Y ahí todo cobró sentido.
Mercedes emocionalmente significa para mí lo más verdadero, los afectos más sinceros, la época más feliz de mi vida.
Nunca estuvieron ausente de mi memoria sensorial las tardes de verano esperando al heladero donde se escuchaba solamente el pesado silencio; la tierra caliente debajo de los pies en las calles de tierra más allá de la 45; la suavidad del colchón de violetas en el fonde la casa de los abuelos, el paraíso, la parra y el olor a las uvas maduras; el mate en la puerta de calle con la silla petisa azul; los paseos en bicicleta; el aire en la mano sacada por la ventanilla del tren cuando estábamos por llegar...
Sé que algo de todo eso es recuperable.
Una de estas veces en que fui para organizar mi tema laboral, tenía que esperar a que pasara mi tío a buscarme. Y no lo dudé. Y como si el tiempo hubiese vuelto vertiginosamente atrás y me llevara sin pensarlo a aquella lejana realidad, me encontré sentada en una hamaca de la placita del hospital hamacándome y sientiéndome inmensamente feliz.
Y creo que ahí vi claramente cuál era la mejor opción para mí en esta realidad.
Mercedes es el punto de partida en mi vida.
No digo que esté cerrando ciclos (siempre dije que viviría hasta los 106) pero es un buen momento para volver a las fuentes y desarrollar todo lo que me dio Buenos Aires en la ciudad que sigue siendo pueblo para mí.
Inicio de una nueva historia.
De todas formas, conservaré algunos personajes.