Deseo desde el corazón

Deseo desde el corazón... Que nunca les falte un sueño por el que luchar, un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar donde ir y alguien a quien querer.
Y recuerden: lo imposible solo tarda un poco más...

miércoles, 27 de enero de 2010

Decir NO

Desde chica me fue problemático.
NO a una amiguita que quería jugar conmigo pero que a mí no me gustaba.
No a comer el churrasco con tomate antes de ir a la escuela.
NO a estudiar inglés a mi temprana edad de siete años.
NO a ese chico que quería besarme para enseñarme cómo se hacía.
NO a estudiar otra cosa que no sea teatro.

Ese primer hombre que quería ser mi novio y como yo estaba enamorada de otro (de quien fue mi primer novio), no sabía como decir NO a sus largas cartas con letras de canciones y muñecas de patas largas de las que tanto nos reíamos con T. encerrados en mi habitación mientras él esperaba en el living de casa.

NO a irme de un trabajo que no me gustaba y me hacía sentir tan mal.
NO a que el plan de sábado a la noche fuera ir a bailar aunque ya no me sentía con edad para eso.NO a ese otro hombre que esperaba en el umbral de mi puerta de madrugada cuando yo llegaba de salir con otro. Y entraba.
NO a todo lo rico que me tentaba cuando intentaba hacer una dieta.

Siempre había una excusa para que los NO se transformaran en SI. A pesar mío, por supuesto.
Una excusa que me hacía ceder pero que después me hacía también arrepentirme de no haber dicho lo que tenía ganas.

NO a un personaje que no me gustaba. Pero lo importante era actuar.
NO a atender el portero eléctrico a la una de la mañana a sabiendas que, atenderlo, era el peor error que podía cometer en ese momento.
NO a renunciar a una historia amorosa que me estaba destruyendo.

Excusas y más excusas.
Lo terrible es que ninguna lograba convencerme del todo.
Pero aún así, cedía.

Con el paso del tiempo, creo saber con más claridad (o más experiencia) qué es lo que quiero para mi vida y qué no.
Aún así, todavía tengo que lidiar con algunos NO que no logro pronunciar.

Y el tema "hombres" parece ser el más relacionado con estos NO no dichos.
Cuando conocí a R. me pareció un tipo agradable.
Después de haber salido un par de veces juntos, sabía a ciencia cierta que había cosas que no me gustaban, pero de seguir el vínculo diría un SI más allá de que no fuera un SI redondo.
Pasaron algunas cosas en medio, hubo una distancia, un atisbo de reconciliación y un intento de volver a intentar.

Sábado.
Mensaje de texto preguntándome qué haría.
Le cuento mi plan, lo incluyo y la respuesta es clara: NO.
Pensé que era broma, le dije que lo esperaba a tal hora, pero la respuesta había sido verdadera: NO.

Una semana con mensajes.
Pasa por casa una tardecita y charlamos de su negativa.
La respuesta, contundente: el tenía un plan, me llamaba para invitarme pero al no estar yo disponible, se dispuso a efectuar su plan. Sin mí. (Esto es, le importaba el plan, no yo).
Acto seguido, me invita a un plan para ese día que no me interesaba. NO ME INTERESABA.
Dije que sí.
Fuimos a casa de I., amiga suya, conocida mía con la que no hay una energía grata.
El tiempo que pasamos en su casa se me hizo eterno.
Debo haber pronunciado algo así como cuatro palabras. Sí, yo, cuatro palabras.
Después el plan siguió y repuntó un poco, pero yo me seguía preguntando por qué había aceptado.
La respuesta no era un acertijo: tratar de que funcione algo que yo sabía que no funcionaría. (Y no puede funcionar, le pega a MIS perros para sacárselos de encima. Y juro que no son cargosos).

Vuelta a casa.
Intento un mínimo acercamiento a pesar mío (algo así como un abrazo por lo menos) a lo que casi no tuve respuesta.
Se va.

Dos semanas sin noticias.
Mensaje de texto: que si estaba en casa pasaba.
Digo que sí queriendo decir NO.
Vuelve a pasar por casa.
Lo invito a cenar.
(¿¿¿¿¿POR QUE SI YO NO QUERIA??????)
No sólo que no me ayuda a llevar ni un plato, es más, ni siquiera a abrir el vino, sino que desparrama su kilaje en almohadones en el patio y no se mueve.
Me siento adolescente nuevamente.
Y me pregunto qué hago con un hombre desparramado en mi piso hablando de cosas que no me importan un domingo a la noche.

Y pienso cuánto tiene que ver el querer agradarle a alguien, el querer compartir esta instancia con alguien.
Pero pienso también que ya es hora de decir que NO.
NO a este hombre del que hay mucho que no me gusta.

Quiero por una vez, NO rescatar lo positivo, sino mirar muy bien y con ojos bien grandes lo negativo.
Quiero decirle NO a eso que no me gusta.
Ya es tiempo de empezar.

Ya que ésta es ciudad de cambios
intentaré que sea también ciudad de NOes dichos a tiempo.

Cielos mercedinos

La fotografía como arte, como medio de expresión, de registro, siempre fue una cuenta pendiente.
Siempre fue algo en lo que, llegado el momento, iba a querer incursionar.
Aunque de chica le tuve algo así como aversión.
A mi padre le encantaba sacarme fotos y en aquella época él era tan puntilloso como yo ahora (o más).
Contaba con una cámara que para la época también, era una joyita minuciosa y entonces tenía que acomodarse para
cielo nublado,
nublado claro,
nublado oscuro,
sol radiante,
sol normal,
sol tenue
y bla bla.
Y mientras mi padre elegía el mejor lugar, miraba el cielo y buscaba el botoncito adecuado... Yo me aburría.
No es raro encontrar fotos mías de niña en las que estoy "con trompa".
Era todo un emprendimiento posar para mi papá. Y me aburría más de lo que lo disfrutaba.
Y que el mentón más arriba, que el perfil más a la derecha, que el brazo no entra en cuadro, y la lista era interminable.

Años más tarde y como suele suceder, el mismísimo hobbie paternal que me molestaba, ahora me susurra al oído cada vez con mayor frecuencia.
Claro. Tengo motivos de sobra.
La naturaleza me invade y hace florecer también mis ganas de registrarla.

Pero hay algo en particular que redescubro en estos territorios: las variedades celestiales.
El cielo es algo tan maravilloso…
Desde blanquísmas nubes perfectas, las de algodón que dibujaba en los cuadernos, hasta cielos oscuros tormentosos pero con una gama de colores tan variada como impensada.
Y los rosas que se mezclan con los celestes y los grises más claros o los azules intensos.

Y formas.
Muchas formas.
Y quiero registrarlos.
Y quiero dedicarme a hacer una serie solamente de cielos.
Cielos mercedinos.
Como si fuera un cielo especial que "allá" no se ve.

Sigo sumando cosas maravillosas del cambio.

Sí, la soledad también se siente un poco más.
Pero ese es otro cantar, o por lo menos tema para otra entrada.

Yo, según otros.

Hace un tiempo más o menos largo, alguien con quien no tenemos un vínculo demasiado cercano, me dijo que había soñado conmigo.
Me había soñado desnuda.

Y automáticamente, mi cabeza empezó a maquinar el cómo sería la imagen que tiene alguien que no me conoce demasiado, de mi cuerpo desnudo.
Y pensaba en qué tan cercana o lejana de la realidad sería esa imagen mía que a él se le presentó en el sueño.
Cómo me vería.
Cómo sería yo para él.

Y ese pequeño suceso fue el disparador para hacerme incansablemente esa misma pregunta: "¿cómo me ve el otro?"
Y entonces digo…

Cómo me verá mi madre a mis cuarenta y tantos después de haberme criado y haber fantaseado mil destinos para mí.
Cómo me verán mis niños alumnos cuando entro a su aula por primera vez.
Cómo será la imagen que reciben a través de sus ojitos curiosos mis perritos. Cómo me verán cuando los acaricio y cómo cuando los reto.
(Cómo la recién salvada de la ruta que le traigo comida pero le ordeno un "NO" para que no entre a mi casa, o Bandido, que lo acaricio o lo empujo para que no me salte. Sí, si lo escribo es también para expiar la culpa que me produce el hacerlo).
Cómo me verá el que me ve pasar en bicicleta.
Cómo seré cuando viajo en tren o cuando espero un colectivo.
Cómo me veré sobre el escenario.
Cómo cuando miro algo emocionada y cómo cuando trato de seducir.
Cómo me verán mis amigos.
Ese es un dato que me interesa.

El reflejo.
Qué reflejo.

Empecé hablando del cuerpo y ahora me desvié a la esencia.
Y qué tan cercana o lejana será la similitud entre quienes me ven y el como yo me siento.

Mi percepción y la de los otros.
¿Y la de ellos será tan fluctuante como la mía?
Un día espléndida, otro terrible, otro gorda, otro maravillosa…

Cavilaciones.
Cavilaciones.
A menos que alguien me lea y me responda, no aparecerá la respuesta.
No puedo verme más que por mis propios anteojos.

Amores perros

Ciudad de perros.
Barrio de perros.
Casa de perros.

En eso parece haberse convertido por estos días mi casa.
Porque más allá de los tres míos, no dejan de aparecer otros y todos con un mismo rumbo: mi puerta.
Hoy me superaron.

Con mi nueva compañera de escuela, A., ayer volvimos por colectora después del trabajo porque el barro nos complicó el camino de ida.
Hubiera sido mejor embarrarse.
En algún lugar del trayecto, unos cachorros a punto de cruzar la ruta-autopista.
Sólo un alma imperturbable podría no haberse apiadado.
Cuando nos acercamos, algunos salieron disparados a lugar seguro.
Otra se quedó como esperando brazos.
Y dio con los míos.

La traje al barrio.
No a casa.
Por más que quiera (que hoy digo "no quiero"), no puedo cargar con uno más.
El barrio es perrero.
Es generoso con ellos.
Sabía que iba a estar bien. De hecho, siempre mejor a que le arranque su vida un auto a toda velocidad.

La puse en lugar seguro, le di de comer, y me vine a casa.
Ella en acto desesperado de seguirme, se escapó.
La busqué, no la encontré.
Culpa de por medio a sabiendas de que no le iba a ir mal.

Hoy volví de la escuela, y casi sentada en la puerta de casa, estaba ella.
El reconocimiento fue instantáneo.
"Vos sos la que me salvaste".

Me alegré, claro.
Mucha agua, un poco de comida (siempre afuera) y a dormir mi siesta en paz.

No contaba con que, al querer salir en bicicleta, ella iba a querer lo mismo.
Me siguió unas cuadras corriendo atrás hasta que mi debilidad hizo que la suba al canasto y la lleve conmigo.
El daño estaba hecho.
(¿Cómo dar marcha atrás ahora?)

A la vuelta no lograba que se me despegara.
Y como por arte de magia, todo se volvió pesadilla.
Ella arañándome para que no la deje en la puerta.
Bandido saltándome para que le de su comida.
El Negro queriendo entrar a casa y mordiendo a la cachorra.
Lola empujando mi puerta para meterse adentro también.
Y Mancha que cada día se anima más.
Y los míos.

Y colapsé.
Y quise que desaparezcan todos los perros.
Y quise que no me quieran.
Que se vayan.
Que no vuelvan.
Que me dejen.

¡¡¡¡Yo quería estar a salvo de ellos!!!!

Y salí con agua para que se vayan.
Y entré a casa y no asomé más la nariz.
Y me arrepentí del acto humanitario.

Ahora paz.
Pero sé que ella está afuera.
Y no sé cómo resolver.

Miro mis piernas y están totalmente arañadas.
Amor.
Necesidad.
Dependencia.
Compañía.

No sé cuál es el ida y vuelta que reúne humanos y perros.
Sea cual fuere, hoy me superó.

Sé que mañana voy a volver a quererlos.
Pero necesitaba esta catarsis desde el cansancio.
Y sí,
Hay amores que matan.

Docencia como acto solidario

Así lo entiendo y así me gusta ejercerlo.
Mi madre se preocupa por la soledad de los caminos que recorro para llegar a tal o cual escuela.
Soledad.
Campos extensos desolados.
Caminos desamparados.
En su lectura, caminos peligrosos.
En la mía, los que me conducen a las escuelas donde los niños esperan la llegada de la maestra.
Donde yo quiero enseñar.

Desde mi niñez y persistiendo en mi adolescencia, mi memoria (y mis diarios íntimos de la época también), me remiten a una única heroína: Laura Ingalls.
Admiraba su vida, su familia, su escuela, su perro.
Y cuando creció y fue maestra… fue la culminación del éxtasis admirativo.
¡Yo quería ser como ella en toda su dimensión!
De hecho, mi primer intento de carrera no fue educación física, sino magisterio rural. En ese entonces estaba de novia con L. y planeábamos irnos a vivir al sur, al campo en el sur, claro. Y nada mejor que convertirme en una maestra rural como ella.
Después los planes cambiaron, el sueño sureño con L. se rompió junto con nuestra pareja y desistí de mi magisterio.
No me fui lejos, seguí siempre el camino docente.
Y también misionaba, y también trabajaba en hogares de niños, como si fuera todo parte de un mismo TODO.

Y la lejanía tenía que ver también con esto.
El campo.
La distancia.
La necesidad florecida de esa distancia.

En la escuela 12 la característica general era la falta de normas de comportamiento.
En la escuela de Gowland la característica general es la falta.
La falta de todo.
La carencia.
De alimento, de ropa, de afecto. También de normas, que las van aprendiendo a una velocidad voraz.
Y es en esa población escolar donde me gusta desarrollarme.
Docente y acto solidario.
Porque logré conseguirles materiales de trabajo para este verano, porque les logré hacer arreglar la bomba de agua, porque tengo un bolsón de ropa prometido para que se repartan… porque es así cómo me gusta trabajar.
Y el teatro aparece como mundo fantástico en estas realidades.
Y como pareciera que la imaginación es la única herramienta con la que cuentan, las historias se vislumbran maravillosas.
Las que ellos me inspiran y las que ellos cuentan.
(Si hasta a una de ellas, un ratón la llevó volando a conocer París).

Y su necesidad aumenta mi necesidad.
Estar ahí en medio.
En donde hace falta.
Entre los caminos desolados.
En los solitarios.
En los que la lluvia cuando aparece, no deja llegar.

Donde te ven llegar y corren a tu encuentro, porque no sos una más de tantas, sos LA.
La importancia.
La valoración.
El reconocimiento.

Reconocimiento.
Desde la actuación, siempre se lo persigue.
Yo lo perseguía.
Y ahora pienso que tal vez no era ese reconocimiento el que debía perseguir sino este otro, el de los niños campesinos que me piden a diario la "historia para jugar".

Trascender.
Abrirles la posibilidad de nuevos mundos.
Que sepan que pueden conquistarlos.
Que pueden soñar.
Que pueden cumplir sueños.

Que, como diría una de las abuelitas de Tim Burton en una de sus películas: "Nada es imposible".


Y sí, que me recuerden por eso.

Me hace falta una amiga

O una forma alternativa de decir que extraño a N.
A ella como representante absoluta de lo que fue una buena amiga.
Con sus locuras, con sus decisiones equivocadas, con su inexactitud acerca de lo que quería de la vida y del amor, con su "cabeza fresca" como dirían las viejas, con su romanticismo extremo… pero con su predisposición siempre a la orden del día para acompañar, para poner el hombro, para escuchar, para llorar de a dos.
También para reírse, para enamorarse y contarlo, para tomar unos vinos cantando tangos por aquellos bares, para cenar juntas filosofando de la vida, para viajar...
Sí, definitivamente la extraño.
Mi vida aquí es casi completa.
Y digo casi porque todavía no tengo fortalecido afectos.
Pienso.
Más allá de N., de G. que ya vino, de T…. ¿afectos fortalecidos en Capital? ¿O los de paso rutina dada la cercanía? Todavía no termino de responder a esta pregunta.
O no quiero hacerlo.

Vuelvo a N.
Sí, definitivamente la extraño.
Celebro en este momento que existan los mensajes de texto. Por lo menos me da la posibilidad de decírselo.
Ella también eligió la distancia.
La diferencia que nos separa en la elección es que N. salió huyendo de la ciudad. O de amores contrariados de la ciudad.
Y se fue mucho más lejos que yo.
Y en la dirección contraria.

Va a costar mucho encontrarnos.
Físicamente por lo menos.
Sí, definitivamente la extraño.

Sí, definitivamente la extraño.

Viaje memorable ( ¿u olvidable?)

Hace tres días y con el cargo de Directora, empecé a trabajar en la escuela 20 de Gowland.
Viaje de ida y vuelta en colectivo los dos primeros días, pero la necesidad de la bicicleta que ya se hizo constante empujando para hacerse presente.
Y le dimos el gusto.
Supuestamente, era muy fácil: como dirían en Italia, "sempre dirito".
Lo que no sabía es que derecho depende de dónde, se llega a muchas partes.
Mejor dicho, al mismo lugar, pero por caminos inimaginablemente diferentes.
Eso me pasó.
Como en una sueño o una pesadilla.

Cuando viajo en tren, mi imaginación vuela al compás de cuanto va apareciendo por la ventanilla.
Y juego a descubrir a dónde llega tal o cual camino, cómo será quién por ahí cruce, en viaje hacia dónde y por qué.
"Cuidado con lo que deseas". (Otra vez esta frase)

Hoy anduve por todos esos mismos lugares.
Lugares inconvenientes si los hay.
Lugares que no son recomendables.
"¿Qué hace una mujer en bicicleta por acá?", me preguntó alguien.

Perdida era la única excusa razonable.
Pero igualmente descabellada.

Tomé consciencia del peligro una vez que hube llegado a destino.
En el mientras tanto, en mi cabeza sólo había lugar para pensar que no podía retroceder (no sabría a dónde) y que la directora no podía llegar tarde, por lo que había que pedalear, siempre hacia adelante.
Aunque fuera "ese" adelante.

Pero parece que los ángeles, duendes, gnomos y criaturas celestiales estaban conmigo acompañando mi ignorancia.
Y me hicieron llegar a destino apenas embarrándome en los últimos metros.

Huellas perdidas en el campo donde apenas pasaba mi bicicleta.
Un desarmadero (¿o un basural?) donde no salió nadie cuando golpeé para preguntar otro camino alternativo, y la manada de chanchos (¿son manada los chanchos?) echados justo en el barrial que atravesaba el diminuto camino.
El monte de maíz.
Las vías cruzadas de scorso donde existía apenas el cartel de "mire a ambos lados". (Bueno, por lo menos había cartel)
La fábrica de ladrillos.
El camino bifurcado y la mala elección para seguir uno u otro.
Y la lista podría seguir.

La vuelta, por supuesto, no fue por el mismo lugar.
La vuelta fue por camino en su totalidad.
El camino con el que no di a la ida.
Aunque también fue "sempre dirito".

Convivencia con G.

Cuando la posibilidad de una convivencia vacacional era sólo eso, una posibilidad, pensaba y re pensaba en el cómo. Cómo sería, cómo nos arreglaríamos, cómo dormiríamos, cómo nos adaptaríamos, cómo, cómo, cómo, cómo…
La posibilidad pasó a ser una realidad con fecha propia y la noche anterior, mi anterior noche en soledad, si bien estaba contenta (era la segunda vez que tendría invitados a quedarse en casa, pero la primera extensa y de amigos), no dejaba de pensar en el cómo.
Cuando la realidad se hizo hecho, algo se trastocó (como sucede con tantas cosas desde que vivo aquí).
Y comenzó una etapa de disfrute sin preguntas.
Y sin obsesiones.
Y entonces no importaba si la mesa quedaba con migas después del desayuno, porque empecé a leerla como mesa compartida y no como mesa sucia y así de a poco, todas las cosas se fueron revalorizando.
Y el cómo del dormir se transformó en un devenir lógico y normal: G. en mi habitación, haciéndose propietario temporal de mi cama y mi placard y yo en habitación adyacente, donde mis perros podían despertarme de mañana sin invadirme de noche y sin sobresaltar a G.
Y los almuerzos fueron preparados de a dos o con mates de largas charlas.
Y también hubo espacio para actividades compartidas, de trabajo y de las otras.
Y también él disfrutaba de la siesta mientras yo hacía lo propio en mi pileta.

Y empecé a pensar, a sentir que contrariamente a lo que suponía de mí, de una convivencia de este estilo, donde los espacios eran compartidos pero a la vez privados, de una convivencia así, sería capaz.
Y lo que pensaba como un "nunca más" ahora lo sentía como un "puede ser".
Y esa transformación me alegró.
Me gusta saber que no hay estructuras instaladas.
Me gusta saber que hay una menos, por lo menos.

Cambios, cambios y más cambios.
De eso se trata.
Es lo que tengo que aprender.
Parece.

Puta muela puta

Uno propone, y a veces los dolores disponen.

Siempre estuvo como remanente en mi memoria la frase de: "Cuidado con lo que deseas".
Pensaba siempre en su significado.
Pero el 24 de diciembre confirmé su sentido.

Desde que me mudé, sabía (o quería por lo menos) que la Navidad la pasáramos por una vez, fuera de la casa de los viejos. Quería ser yo la anfitriona esta vez.
Nunca había sido posible porque mi padre no viaja a Capital y entonces mis alternativos departamentos nunca fueron una posibilidad.
Esta vez, yo llevaba las de ganar. Éste sí era un espacio para festejar las fiestas.
Y lo deseé desde el mismísimo momento en que pisé suelo mercedino.

Todo indicaba que sería posible tal y como lo había pensado.
Tuve un tambaleo de posibilidad a la mañana temprano cuando la lluvia se hizo sentir, y claro, calle de tierra, esquina que se anega, y TL que no quiere ensuciar el auto, todo indicaba que mi Navidad iba a suceder en la única compañía de mis canes.
Luego el cielo clareó, el sol apareció y la tierra empezó a secar.
Entonces otra vez surgió la posibilidad.
Decorar los detalles que faltaban, comprar pequeñas nimiedades que también faltaban, limpiar un último repaso…
Y la familia en casa.

Pero yo no estaba sola.
Desde la tarde me acompañaba un intenso dolor de muelas que cada vez se intensificaba más y más.
En ningún momento del deseo se me ocurrió completarlo con la salud.
Yo sólo quería que lo pasáramos aquí. Y lo pasamos. Pero no fue como lo había imaginado.
De todas formas estaba feliz. Pero quienes estaban a mi alrededor no podían dejar de compadecerse por la cara de dolor que mi muela me hacía tener.
Puta muela puta.

Uno tiende a desear lo general.
Como si con lo general sólo bastara.
"Que él me llame".
Pero ¿qué pasa si me llama para decirme lo contrario a lo que yo esperaba?
Deseo cumplido, pero ¿era lo que deseaba?

Ampliar los deseos.
Detallar los deseos.
Porque ¿por qué no pedir?
Pero pedir en complitud (cómo me gusta esta palabra aunque mi diccionario no la reconoce)
Siendo minucioso.
Elaborando mentalmente las cosas tal como querríamos que pasen.
Lo particular.
Como en el teatro.

Chiquito.
Chiquito.
Chiquito.

Casas y cosas

Cada casa tiene su esencia, su energía.
Y ahora que empiezo a descubrir la de la actual, hago repaso sobre las anteriores también.

Mi casa de infancia… bueno, acá el término se me confunde.
Todo debería indicar que mi casa de infancia sería la de Castelar, la que compartí con mis padres la mitad de mi vida, pero emocionalmente la memoria y el término se asocian a Mercedes y la casa de mis abuelos.
Era la casa de los veranos esperando el heladero, la calle de tierra, los paseos en moto con el abuelo - héroe, los ravioles de la abuela, las gallinas en el fondo, la quinta que creía hacer yo, el desfile de carrozas en carnaval, la tele en blanco y negro y las series que miraba soñando ser actriz… el contacto con lo esencial para mí, con las emociones más verdaderas.
Pero Castelar (digámosle casa de adolescencia) me remite a mi viaje de egresados, al grupo juvenil y esos amigos que aún perduran, a mi primer gran amor.

Después llegó la era independencia.
La inauguré con Honorio.
Honorio fue la casa de… Fue la casa del descubrir, del romper reglas, del asomarme a, del revelarse.
En Honorio la niña católica de colegio de monjas, conoció otros mundos.
Llegó E. (después de algunos otros que pasaron) y con él la introducción a mundillos tan apolíneos como dantescos.
Fue la casa de las pasiones intensas: lo eran los amigos, lo era el amor; del vivir a fondo y el jugarse entera; también de vínculos sinceros que perduran aún, algunos presentes y otros en el buen lugar del recuerdo querido.
Dejé Honorio de una manera inconveniente. Creo que se hubiera merecido un final menos abrupto, aunque pensándolo bien fue tan intempestivo como todo lo que allí pasó.

Llegué a Franklin.
Franklin fue… la casa de los amores pasajeros.
Nada duraba, aunque me animaba a animarme.
De las decepciones y finalmente cierre con E., de los viajes en el menemato, de la decisión de la actuación como opción, de los primeros enamoramientos artísticos, de las noches de estudio en grupo (donde también recuerdo más amores pasajeros), y la constante de E. ya casi como pesadilla.
Donde me enamoré de F. como hacía tiempo no me pasaba y de donde me fui por y con él.

Entonces llegó Palermo.
Súbito Palermo.
Palermo reservado.

Y pasé a Rivadavia.
En Rivadavia no tuve amor.
En Rivadavia tuve arte, tuve teatro, y se sucedieron grandes cambios.
Llegó Igor. Mi rey Igor.
También hubo momentos tristes que prefiero sobrevolar, personas que pasaron que prefiero no recordar (todos todos pasaban, Rivadavia estaba de paso), un intento de relación que quedó en un set de televisión, y de nuevo los grandes cambios.
La casa de la pizza sin muebles con aquella M. que supimos ser amigas y que ahora es una extraña, y que a veces se extraña.
Y el ritual de los ACE con G.
La reconciliación con E. ya desde otro lugar.
Y ahora que recuerdo, también un par de amores pasajeros.


Y llegó la 66.
La 66 que digo es la casa de los sueños cumplidos.
Claro que quiero más, claro que espero que siempre quiera más, pero es la casa donde tengo la vida que siempre quise tener.
Hay cosas que se nostalgian (por lo general, las que nunca sucedieron), pero la felicidad de la concreción quimérica es inigualable a cualquier otro sentimiento.
La casa en la que E. no estará nunca.
La casa a la que quiero volver cada vez que me voy.
Casa de amores perros.

Cosas en las casas.
Mis casas y mis cosas.
¿Cuántas más habrá?