Cuando la posibilidad de una convivencia vacacional era sólo eso, una posibilidad, pensaba y re pensaba en el cómo. Cómo sería, cómo nos arreglaríamos, cómo dormiríamos, cómo nos adaptaríamos, cómo, cómo, cómo, cómo…
La posibilidad pasó a ser una realidad con fecha propia y la noche anterior, mi anterior noche en soledad, si bien estaba contenta (era la segunda vez que tendría invitados a quedarse en casa, pero la primera extensa y de amigos), no dejaba de pensar en el cómo.
Cuando la realidad se hizo hecho, algo se trastocó (como sucede con tantas cosas desde que vivo aquí).
Y comenzó una etapa de disfrute sin preguntas.
Y sin obsesiones.
Y entonces no importaba si la mesa quedaba con migas después del desayuno, porque empecé a leerla como mesa compartida y no como mesa sucia y así de a poco, todas las cosas se fueron revalorizando.
Y el cómo del dormir se transformó en un devenir lógico y normal: G. en mi habitación, haciéndose propietario temporal de mi cama y mi placard y yo en habitación adyacente, donde mis perros podían despertarme de mañana sin invadirme de noche y sin sobresaltar a G.
Y los almuerzos fueron preparados de a dos o con mates de largas charlas.
Y también hubo espacio para actividades compartidas, de trabajo y de las otras.
Y también él disfrutaba de la siesta mientras yo hacía lo propio en mi pileta.
Y empecé a pensar, a sentir que contrariamente a lo que suponía de mí, de una convivencia de este estilo, donde los espacios eran compartidos pero a la vez privados, de una convivencia así, sería capaz.
Y lo que pensaba como un "nunca más" ahora lo sentía como un "puede ser".
Y esa transformación me alegró.
Me gusta saber que no hay estructuras instaladas.
Me gusta saber que hay una menos, por lo menos.
Cambios, cambios y más cambios.
De eso se trata.
Es lo que tengo que aprender.
Parece.
1 comentario:
Y yo donde estoy en la historia que contas de tu vida
Roberto Magdaleno
Publicar un comentario