Deseo desde el corazón

Deseo desde el corazón... Que nunca les falte un sueño por el que luchar, un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar donde ir y alguien a quien querer.
Y recuerden: lo imposible solo tarda un poco más...

miércoles, 27 de enero de 2010

Casas y cosas

Cada casa tiene su esencia, su energía.
Y ahora que empiezo a descubrir la de la actual, hago repaso sobre las anteriores también.

Mi casa de infancia… bueno, acá el término se me confunde.
Todo debería indicar que mi casa de infancia sería la de Castelar, la que compartí con mis padres la mitad de mi vida, pero emocionalmente la memoria y el término se asocian a Mercedes y la casa de mis abuelos.
Era la casa de los veranos esperando el heladero, la calle de tierra, los paseos en moto con el abuelo - héroe, los ravioles de la abuela, las gallinas en el fondo, la quinta que creía hacer yo, el desfile de carrozas en carnaval, la tele en blanco y negro y las series que miraba soñando ser actriz… el contacto con lo esencial para mí, con las emociones más verdaderas.
Pero Castelar (digámosle casa de adolescencia) me remite a mi viaje de egresados, al grupo juvenil y esos amigos que aún perduran, a mi primer gran amor.

Después llegó la era independencia.
La inauguré con Honorio.
Honorio fue la casa de… Fue la casa del descubrir, del romper reglas, del asomarme a, del revelarse.
En Honorio la niña católica de colegio de monjas, conoció otros mundos.
Llegó E. (después de algunos otros que pasaron) y con él la introducción a mundillos tan apolíneos como dantescos.
Fue la casa de las pasiones intensas: lo eran los amigos, lo era el amor; del vivir a fondo y el jugarse entera; también de vínculos sinceros que perduran aún, algunos presentes y otros en el buen lugar del recuerdo querido.
Dejé Honorio de una manera inconveniente. Creo que se hubiera merecido un final menos abrupto, aunque pensándolo bien fue tan intempestivo como todo lo que allí pasó.

Llegué a Franklin.
Franklin fue… la casa de los amores pasajeros.
Nada duraba, aunque me animaba a animarme.
De las decepciones y finalmente cierre con E., de los viajes en el menemato, de la decisión de la actuación como opción, de los primeros enamoramientos artísticos, de las noches de estudio en grupo (donde también recuerdo más amores pasajeros), y la constante de E. ya casi como pesadilla.
Donde me enamoré de F. como hacía tiempo no me pasaba y de donde me fui por y con él.

Entonces llegó Palermo.
Súbito Palermo.
Palermo reservado.

Y pasé a Rivadavia.
En Rivadavia no tuve amor.
En Rivadavia tuve arte, tuve teatro, y se sucedieron grandes cambios.
Llegó Igor. Mi rey Igor.
También hubo momentos tristes que prefiero sobrevolar, personas que pasaron que prefiero no recordar (todos todos pasaban, Rivadavia estaba de paso), un intento de relación que quedó en un set de televisión, y de nuevo los grandes cambios.
La casa de la pizza sin muebles con aquella M. que supimos ser amigas y que ahora es una extraña, y que a veces se extraña.
Y el ritual de los ACE con G.
La reconciliación con E. ya desde otro lugar.
Y ahora que recuerdo, también un par de amores pasajeros.


Y llegó la 66.
La 66 que digo es la casa de los sueños cumplidos.
Claro que quiero más, claro que espero que siempre quiera más, pero es la casa donde tengo la vida que siempre quise tener.
Hay cosas que se nostalgian (por lo general, las que nunca sucedieron), pero la felicidad de la concreción quimérica es inigualable a cualquier otro sentimiento.
La casa en la que E. no estará nunca.
La casa a la que quiero volver cada vez que me voy.
Casa de amores perros.

Cosas en las casas.
Mis casas y mis cosas.
¿Cuántas más habrá?

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