Deseo desde el corazón

Deseo desde el corazón... Que nunca les falte un sueño por el que luchar, un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar donde ir y alguien a quien querer.
Y recuerden: lo imposible solo tarda un poco más...

viernes, 1 de abril de 2011

Perspectivas.

Trabajo en la cárcel.
En la unidad.
En el penal.
De cualquier forma en que lo diga, suena tremendo.
A eso tremendo que uno, sin saber cómo, se termina acostumbrando.
La primera vez que entré, que caminé esos pasillos enrejados por primera vez, sentía que de verdad, se me estrujaba el pecho.
Ahora camino acostumbrada por entre las rejas, abriendo puertas de hierro y quedándome tras los candados cerrados si no salgo a tiempo.
Cuando empecé había decidido no preguntar. Ahora, miro a los ojos a cada uno de ellos, siento sus abrazos cuando se despiden o cuando llegan, recibo sus bromas, comparto sus mates y no puedo dejar de preguntarme qué habrán hecho.
Porque uno empieza a quererlos. Más allá del lugar que los contiene, son mis actores, son mis alumnos y no importa saber qué hicieron para estar donde están.
Porque también me enseñan.
Pero sobre todo, hacen que me repiense y que repiense mi vida, mis cotidianos.
Para ellos el teatro es un BENEFICIO. Así, en mayúsculas. Un beneficio que a veces, más de uno “de la calle” no alcanza a dimensionar.
Y se exigen y me exigen y yo los miro a veces, casi sin creer lo que mis ojos alcanzan.
J. tal vez es el menos enganchado, pero tiene un compromiso moral con M. y lo va a cumplir pase lo que pase. Códigos. Que parecieran que no existen…
Y hoy, sentada al lado de J. esperando que les den entrada a sus compañeros, yo miraba el vacío. El vacío rodeado de hombres que limpian pisos, de otros que salen de aulas de estudio, de otros que esperan entrar a sus pabellones, de otros que pasan hacia su lugar de trabajo… y mi cabeza se alejaba laberíntica por pensamientos como “quién asignará los trabajos”, “por qué elegirán a uno y no a otro”, “cómo sería sus vidas antes”, “ si puede ser fácil caer”…
Y J. mirándome tal vez, pregunta qué sensación me causa estar entre ellos.
Como si leyera mi mente o mi mirada o mi corazón confundido con tanto ruido de puertas pesadas cerrando.
Con un olor particular también que no sé a qué es sino a cárcel.
Si lo pienso lo evoco.

Pero también sé que ese rato conmigo les cambia la vida. Esa vida.
Y que piensan en la salida al teatro cuando hagamos la función, y la gente que va a estar mirándolos, sus familiares acompañándolos…
Y sé que voy a ser yo quién esté con ellos en esa situación. Y me enorgullezco del lugar que ocupo.

Porque también vuelvo a casa renovada.
Sabiendo que tengo miles de pequeñas cosas instaladas como que me corresponden, pero que a ellos se les desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Y pienso que no pueden tener. Nada. Nada de lo importante, nada de lo que a mí me acompaña a cada instante y que doy por sentado que es así porque sí.

Y no me importa el delito porque no convivo con el delito. Convivo con hombres y mujeres pagando una culpa. Convivo con sus sensibilidades, con sus pensamientos de la calle, con sus esperanzas, con sus días contados minuciosamente, con sus proyectos para cuando estén afuera, con sus enamoramientos… convivo con sus emociones, con sus dolores, con su parte sensible. Eso me muestran.
No sé las condenas. No sé los delitos. No sé las sentencias.

Sé que les hago un bien.
Sé que me están modificando.
Sé que la experiencia es positiva desde donde se la mire.

Y son mis chicos más responsables.
Y el 15 de julio nos mostramos en sociedad.

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